la niña sano

 Los humanos hemos evolucionado a lo largo de los años.

Sin embargo, algunos siguen con las mismas creencias que se les inculcaron de niños: creencias, tradiciones y cultura heredadas de nuestros abuelos, de generación en generación.

Todo esto existía mucho antes de que adaptáramos algunas costumbres de Occidente.
Nuestras abuelas no necesitaban ir a la escuela para ser valoradas; su propósito era llevar el hogar, criar hijos y sostener la familia con dignidad.
El hombre, con sus responsabilidades y su papel de líder del hogar, cumplía su parte, y así, todos eran felices… o al menos, eso decían.

Recuerdo aquellas mañanas en las que me despertaba y no sentía alegría.
No sentía emoción por esta vida que se me había otorgado.
Sentía que estaba atrapada en mi propio cuerpo, como si no fuese mío.
Sin tener claro qué hacía aquí o qué dirección escoger.

Era frustrante.
Solo era una niña y ya tenía pensamientos que creo que los niños de mi edad no tenían.
Miraba a mi alrededor y veía a los demás críos disfrutar de su infancia, sin preocupaciones, mientras yo vivía en un silencio interior difícil de describir.

No fue fácil llegar hasta donde he llegado, tratando de comprender mis emociones y sentimientos.
Muchas veces me resultaba más fácil hablar con Dios, o contarle a mi padre, a mis hermanas, o incluso a personas completamente desconocidas, cómo me sentía.
Pero no conseguía expresar lo que realmente me dolía.

Nadie te pregunta realmente cómo te sientes cuando eres un crío.
Te preguntan: ¿Estás bien?
Y tú contestas con un “sí”.
No poder expresar lo que llevas por dentro puede sofocarte.
Ese nudo en la garganta, esa sensación amarga, y la cruda realidad de que los adultos no entienden con claridad lo que quieres decir.

Por eso, a mi hija siempre le pregunto si prefiere algo en concreto.
La dejo elegir por sí misma lo que quiere ponerse.
La animo a que se esfuerce por expresar sus emociones, para poder entenderla de verdad.
Ella sabe lo que le gusta, y si algo no le gusta, me dice “no” o simplemente se quita el vestido y los zapatos.
La pregunto si está bien, cómo se siente, y si quiere hablar o contarme cualquier cosa.

De niña no tuve esa opción de soltar lo que me irritaba por dentro.
Así que aprendí a reprimir mis sentimientos, mis emociones, mis enojos.
Decidían por mí, al igual que opinaban por mí.

Entiendo que cuando eres una simple cría, tus padres deciden lo que creen que es mejor para ti según la circunstancia.
Pero el error de algunos padres es no saber explicar las cosas.
Si como niña solo recibo órdenes y mandatos, no me están dando la opción de expresarme de manera libre.

Nosotros, los africanos, no tenemos tacto con ciertas cosas.
Aprendes a hacer las cosas por miedo a que no te peguen, por respeto a los mayores, o simplemente para cumplir con sus demandas y que te dejen en paz.

Pero hay una diferencia inmensa entre hacer algo por miedo y hacerlo con ganas, porque uno quiere.
Si no te explican el porqué de las cosas, no estás entendiendo el mensaje; solo escuchas órdenes.

De niña, odiaba todas las tareas asignadas a las mujeres desde temprana edad.
Entiendo que como mujer debo ser independiente y saber hacer las cosas por mí misma.
Pero nadie me explicó con claridad el porqué.
La cultura y la sociedad influyen mucho.
Te inculcan que la mujer debe cocinar, lavar, planchar, atender al marido y a los hijos como si ese fuera su único propósito en la vida.

Con el tiempo, aprendí que los cuatro pilares de la vida son:
 La parte espiritual: la fe y seguir las enseñanzas de Dios.
 La parte física: cuidar nuestro cuerpo y practicar deporte, porque el cuerpo lo necesita para mantenerse sano y vivir más tiempo.
El amor: amar y ser amados es la fuerza que nos impulsa.
 La mente: leer, adquirir conocimiento y expandir nuestra conciencia, porque nuestras mentes son capaces de todo si nos lo proponemos. Si tu mente da la orden, el cuerpo simplemente ejecuta.

De niños, la necesidad de sentirse comprendido y amado es algo tan positivo como vital para la vida.
Pero cuando pasas por traumas de infancia y duras lecciones de la vida, como me pasó a mí, solo buscas paz, felicidad, amor, dinero, amistad verdadera y un compromiso real con Dios.

Hoy puedo decir que aprendí a sanar a esa niña que tenía dentro.
Aprendí a dar gracias y a tener gratitud por todo lo que Dios nos da en esta vida.

Porque todo cambia cuando entiendes que la vida no es solo para sobrevivirla, sino para vivirla desde el amor, la conciencia y la libertad interior.


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